Hoy
he tenido que decirle a una chica de 20 años, Venezolana, de esas que
llaman “sin papeles”, aunque papeles tiene, así como cara y nombre, que
tiene VIH y que en este país (o por lo menos en esta comunidad) no le
van a dar tratamiento. Así de crudo.
Hace sólo un mes tuve que decirle a
otra chica, brasileña, que el motivo de su ceguera, de la que todo el
mundo parecía desentenderse y que en tan sólo un mes la había hecho
dependiente para las actividades más básicas del día a día, era por un
tumor cerebral.
Con el esquivo y grandilocuente de
nombre “Decreto Ley de medidas urgentes para garantizar la
sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud” el Gobierno, incumpliendo
innumerables acuerdos internacionales y la propia Constitución, decidió
sentenciar en vida a más de 153.000 personas, retirando la asistencia
sanitaria a todos los inmigrantes no regularizados, con la excepción de
embarazadas y niños y de la asistencia sanitaria de urgencias (eso si,
cobrando).
Privar de asistencia sanitaria a dichas
personas, supone privar del diagnóstico y peor aún, de tratamiento a
personas con VIH, con tuberculosis, con cáncer, con enfermedades
mentales.
En muchas Comunidades, seguimos
esperando que el gobierno autonómico se posicione, y nos indique si se
realizarán “excepciones” respecto al Decreto Ley, en patología crónicas
o infecciosas. Porque estas patologías son un tanto “caprichosas” y le
da por ser mortales si no se tratan.
Mientras tanto, los hay que seguimos
asistiendo y diagnosticando a estas personas, eso sí, fuera de nuestro
horario laboral, no vaya a pensar la Ministra Mato que no somos
obedientes.
Y para aquellos que piensen que los
reajustes en la sanidad sólo afectan a los extranjeros, cientos de
personas, que nacieron en este País, cuyos abuelos lucharon por nuestro
futuro, que han cotizado hasta que se les ha permitido trabajar, tienen
que elegir entre la comida y los medicamentos, o en el mejor de los
casos, elegir qué medicamentos son los mas indispensables.
Todo esto está obligando al personal
sanitario a trabajar en contra de su código deontológico y de la
humanidad de muchos, porque no nos engañemos, muchos de mis compañeros
son ajenos a esa realidad, y siguen remitiendo al medico de cabecera o
al especialista a pacientes sin preocuparse de si tienen o no acceso al
sistema sanitario, o prescribiendo sin preocuparse por si el paciente
puede o no pagarse la medicación.
Yo no estudié para trabajar en estas
condiciones, no me formé en este sistema. Yo no quiero trabajar así. Yo
no quise ser médico para esto.
Cuando te enseñan a dar malas noticias,
te enseñan a conservar un mínimo de integridad y honestidad con el
“pero hicimos todo lo posible”.
Ahora ni podemos decirlo ni nos dejan hacerlo.
Firmado: Paula Minguell, médico.
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